Lo bueno y lo malo de la deuda, Fernando Calzada Falcón

No soy ni he sido partidario del endeudamiento. En cambio, soy un convencido de que debemos vivir con nuestros propios recursos. Ya debemos saberlo: la deuda en sí misma no es algo bueno ni algo malo. Es buena o mala dependiendo de las respuestas a las preguntas de por qué, para qué, en qué condiciones, quién y cómo se pagará la deuda. Por ejemplo, es una excelente forma de disfrutar desde ahora de un bien que nos servirá para incrementar nuestro capital. Determinada persona compra mediante crédito un vehículo, no sólo para aprovecharlo y poder salir a pasear con su familia, sino también porque se asociará con alguien que ha puesto un negocio con buenas perspectivas cuya producción debe entregarse a domicilio. En este caso, claramente contrajo una deuda porque la cantidad de dinero requerida para la adquisición del vehículo superaba con mucho sus ahorros: aquí la deuda se transforma en inversión, pues en adelante lo que gane alcanzará con creces tanto para pagar los intereses, el capital y su depreciación como para proporcionarle un mayor ingreso con el que podrá acrecentar el bienestar de su familia. De la misma manera podríamos hacernos de una casa, un refrigerador o algún otro bien indispensable.

 

Para saber lo anterior no se necesita ser una lumbrera en cuestión de finanzas. Ahora fijémonos en el caso siguiente. Pedro tiene un ingreso mensual de 20 (ponga el lector las unidades monetarias que desee) y no acostumbra hacer uso del crédito porque apenas empieza a ser autosuficiente al conseguir su primer empleo. Esos 20 los ocupa en su mantenimiento. Un buen día, el representante de algún banco se acerca a él y le ofrece una tarjeta de crédito. Él acepta gustoso, siente que ahora sí va a vivir mejor. La tarjeta tiene un límite de 15. El fin de semana sale con sus amigos, algunos sostenidos por sus padres por lo que están limitados a lo que se les pueda dar que no es mucho, se siente importante, tiene un estatus diferente a la mayoría de sus amistades, y decide invitar. Le da el estrenón a la tarjeta y paga la cuenta que suma 10. En las quincenas siguientes se dedica a gastar en lo mismo que erogaba cuando aún no tenía tarjeta hasta que le llega su estado de cuenta en donde le señalan que debe hacer un pago mínimo, mismo que realiza pero advierte que ya no le alcanza para disfrutar los mismos gastos que antes. Piensa que la providencia le envía un representante de otro banco que le ofrece también una tarjeta y ahora ya podrá gastar como en los tiempos recientes antes de que pagara en el antro. Es el camino que muchos recorren. Conclusión: una vez contraída una deuda ya no puedes gastar la misma cantidad que cuando no eras un tarjetahabiente porque tus ingresos siguen siendo los mismos. Así que o aumentas tus ingresos (siempre más complicado) o disminuyes tu gasto, o una combinación de ambas políticas. ¿Quién pagará los costos de este sobreendeudamiento? No es difícil la respuesta: él. Así es la economía, como escribió Martín Girard en las páginas de El País refiriéndose a otro tema, “el autobús que se atrasa sólo puede atrasarse más, ya que más gente espera en las paradas y tardará más en subir y bajar. La única manera de evitar el atraso consistiría en mantener durante el resto del trayecto, las puertas cerradas. O en no parar.” Cerrar las puertas o no parar sería una forma distinta de llamarle a lo que los economistas califican técnicamente como ajuste.

 

Lo dicho nos parece obvio (aunque luego nos comportemos como si lo olvidáramos). Con la deuda pública sucede algo similar, pero es más grave. Como le escuché decir a un ex gobernador, en finanzas públicas sólo te  equivocas una vez; todo lo demás serán consecuencias de ese error. Lo obvio: si un gobierno contrata deuda, desde luego que no podrá gastar bajo parámetros iguales a cuando no lo había hecho. Pongamos por caso que ese país, estado o municipio, tuvo una disminución abrupta de sus ingresos por x razón. Si existe la certeza de que es algo absolutamente temporal, atípico, tal vez lo mejor sea contratar crédito para no interrumpir programas que están en marcha. Por supuesto, en el ejercicio del siguiente año habrá que bajar el gasto para poder cubrir los compromisos asumidos con el banco. Ahora, si no es pasajero sino la realidad de nuevas reglas del juego (por ejemplo una reforma al marco jurídico), entonces las cosas son muy diferentes y habrá llegado la hora de replantearse programas de gasto y muchas otras cuestiones. Entre más tiempo corra sin que se tomen esas decisiones, el ajuste será más doloroso y costoso. También el endeudamiento puede ser justificable porque se vivió una catástrofe que obliga a realizar un gasto extraordinario.

 

Diferentes estados y municipios se han endeudado más allá de lo prudente. Acudir al argumento de que hay otros que están peor, me parece una ñoñería. Aunque salí reprobado en el examen no estuve tan mal porque saqué 4 de calificación y otros hasta cero. Mi calidad de reprobado no cambia en absoluto. ¿Y por qué no compararse con los que están mejor y tratar de ser como ellos? Que otros tengan relaciones deuda/PIB, deuda/ingresos totales, deuda/ingresos no etiquetados, deuda/ingresos propios o deuda/participaciones peores no es ningún consuelo. Es como decir que en México la pobreza no es tan grave como en Nepal: ¿por qué no mejor nos comparamos con los finlandeses? Estas relaciones no son suficientes para calificar como admisible una deuda. Más importante que eso son las razones para las que se contratan créditos. Es muy diferente cuando se hace para construir una obra vial por la que se cobrará una cuota, en donde incluso la fuente de pago es la cuota de peaje en el largo plazo, o para construir una planta potabilizadora que dotará de recursos al erario mediante el cobro de derechos, que cuando se trata de completar el ingreso del año, pues si no alcanza para este menos será suficiente para el siguiente porque hay que empezar a pagar. Por eso hay criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que establecen cómo entender el postulado constitucional de que la deuda pública debe ser para inversión pública productiva: que directa o indirectamente conduzca a una elevación de los ingresos. Así que cuando se contrata deuda debe analizarse si va a darse dicho incremento.

 

Finalmente, hay una enorme diferencia entre la deuda que contrata un particular y un gobierno. La del primero la pagará sólo él, no es así la deuda pública. Lo que se ha vivido en parte del país es perverso. Un gobierno adquiere una deuda que no pagará, ni siquiera estrictamente hablando los siguientes. Es más que un asunto de gobiernos. Pagará la sociedad que se verá privada de programas gubernamentales porque durante muchos años una significativa cantidad de dinero se dedicará a pagar. Es injusto, aunque a los economistas no les gustan estos términos. Por eso digo que el endeudamiento excesivo obligará a un ajuste de las finanzas públicas (ya se verá qué tan severo). No se necesita ser un Nobel de economía, sino ver la realidad.

21/noviembre/2012

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